viernes, 10 de agosto de 2007

revolucion industrial

LA INDUSTRIALIZACIÓN DE MÉXICO
El presente trabajo tiene como objetivo mostrar un esbozo de la amplia gama de procesos que permitieron la Revolución Industrial en México. Revolución concebida como una articulación de procesos económicos, políticos, sociales y culturales, que sólo pueden ser explicados si se toma en cuenta el conjunto orgánico de relaciones que se dan entre ellos. La revolución industrial en México no llegó de pronto en el siglo XX sino que surgió de la influencia, a través del tiempo, de múltiples factores en las relaciones sociales.
El primer cuarto del pasado siglo constituyó el inicio, un tanto titubeante, de un proceso de industrialización que habría de cobrar fuerza más adelante. Ese periodo se podría caracterizar como una “economía de enclave”, en la que la principal fuente de divisas la constituyó la explotación y exportación de materias primas tanto renovables como no renovables. Las exportaciones en esa época incluyeron básicamente algunos productos agrícolas tales como el algodón, el café y el cacao.
La década de los años treinta, y muy particularmente desde 1933, ve cambios profundos en la organización política y social de la nación mexicana. Se crea una infraestructura básica en irrigación, caminos y otras áreas; se expropia el petróleo y los ferrocarriles; se establece un sistema de financiamiento para el desarrollo; y, sobre todo, se construye la mentalidad nacional hacia la conciencia plena de sus derechos frente a los intereses extranjeros, así como a la importancia de adoptar reformas y medidas a la distribución de la riqueza

La industria de los años cuarenta
El arribo en 1940 de Manuel Ávila Camacho a la presidencia del país, rompió con la política nacionalista de su antecesor. Se implementó la llamada “política de buen vecino” que influyó positivamente a México. La medida promovía la estrecha cooperación con Estados Unidos en materia comercial y militar. Llegó a ser muy significativa en 1941 con la inminente participación de Estados Unidos en la II Guerra Mundial. Esta coyuntura ofreció a Ávila Camacho la oportunidad de fortalecer el programa de desarrollo de la industrialización del país. Desde un principio el presidente desechó toda retórica con tintes socialistas, propició e incluso utilizó la nueva moda anticomunista y se empeñó en promover la industrialización del país. Destinó entre el 50 y el 60% de los gastos de gobierno para apoyar a la empresa privada.
La segunda guerra mundial creó las condiciones favorables para el desarrollo de la industria de transformación en México, sobre todo de aquellos productos de consumo masivo, que para su producción no requerían de grandes inversiones ni tecnología avanzada. Es durante el periodo de 1940 a 1946 que se crearon las bases para un proceso de industrialización en México, mejor conocido como el “Modelo de Industrialización Sustitutiva” o “Modelo de Sustitución de Importaciones”. Para impulsar este proceso se crearon algunos organismos con este fin como: Sosa Texcoco, S.A. (1940); el IMSS (1942); Altos Hornos de México, S.A. (1942); Cobre de México, S.A. (1943); Guanos y Fertilizantes de México, S.A. (1943); y, se reorganizó NAFIN (Nacional Financiera) con el propósito de revitalizar el aparato productivo del Estado y beneficiar a la iniciativa privada del país.
En busca de la Modernidad
La guerra configuró una nueva distribución del poder, de la cual, surgieron dos bloques antagónicos. México deseó insertarse en este nuevo orden mundial, por lo que a partir de 1943, se empezó a discutir sobre los caminos que debía seguir la nación para lograrlo. Se cuestionaron los logros de la revolución, que no había logrado elevar las condiciones de vida del pueblo mexicano. Vicente Lombardo Toledano, quien era encargado de articular el proyecto de la izquierda oficial, hablaba de que se había llevado a cabo una revolución antifeudal, que no había cumplido sus objetivos, por lo que era necesario enmendar las fallas, sobre todo en materia agraria; pero también había que atender a la industrialización del país. Para este fin, era necesario formar un frente nacional con obreros, campesinos, ejército, clases medias y burguesía progresista.
El programa de Lombardo, contó con el apoyo de un activo número de industriales agrupados en la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (CANACINTRA), quien de acuerdo con la CTM, acordaron un “pacto” entre obreros y empresarios para promover una “revolución industrial en México”. A ese pacto se sumó la Confederación de Cámaras Industriales (CONCAMIN).
Estos planteamientos fueron recogidos por el candidato a la presidencia, Miguel Alemán, quien desde su campaña esbozó líneas de acción tendientes a impulsar a la industria con el objetivo de lograr la autonomía económica de México. El plan buscaba transformar las materias primas en productos manufacturados, “… mediante el concurso del capital, de los técnicos y de los trabajadores mexicanos y el empleo de fuerza motriz, maquinaria y sustancias químicas esenciales, de fabricación nacional, sin excluir la cooperación técnica y financiera por parte del capital y de la experiencia de países que habían alcanzado un alto nivel de desenvolvimiento material.”[1]
Este desarrollo industrial, implicaba elevar, a corto plazo, el nivel material y cultural de las grandes masas; y para lograrlo se requería impulsar las ramas básicas que preservaban la autonomía económica del país: la industria eléctrica, química, siderúrgica, mecánica y la petrolera. Alemán reconocía que del sector agrícola dependía en gran parte el que la industria tuviera materias primas suficientes, a buenos precios. Además era necesario contar con alimentos producidos internamente, lo que evitaría la salida de divisas, tan necesarias para la compra de equipos. En suma, era indispensable la modernización de la agricultura para así convertir al campesino en un “verdadero factor del desenvolvimiento económico del país.”
Con estos objetivos, se llegó a un acuerdo con los obreros para que limitaran sus demandas económicas y así, las utilidades fueran atractivas para el sector privado mexicano. Aunque la izquierda consideraba al proyecto de Alemán un proyecto de gobierno burgués progresista, decidieron apoyarlo, ya que veían un peligro para México en la expansión norteamericana, en su política librecambista y en el fortalecimiento de sus empresas monopólicas.

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